¿DÓNDE HABITA LA VIOLENCIA?

¿Por qué unos jóvenes hipotecan su futuro propinando una brutal paliza a una persona sin hogar hasta dejarlo moribundo? ¿Qué impulsa el acoso escolar? ¿Por qué se maltrata a los hijos o a los cónyuges, si forman parte de la misma unidad familiar? 

Todos los días podemos encontrar multitud de noticias en los medios de comunicación sobre asesinatos, atracos, homicidios, maltratos y abusos sexuales. Si además el delito lo comete un menor y este es reincidente, nos cuesta mucho más entenderlo y en nuestra cabeza resuena la misma pregunta ¿qué no estamos haciendo bien?

A lo largo de los últimos años se han publicado numerosas investigaciones tratando de arrojar luz sobre las causas de la agresión y la violencia en sus distintos contextos (escolar, familiar, laboral, etc.). En la mayoría de ellas la conclusión principal es que el comportamiento violento se debe a un conjunto de causas. Es posible hablar de una carga genética propensa, pero el ambiente juega un importante papel. Las experiencias traumáticas, o haber recibido un rechazo continuado en la niñez por aquellos que deben proporcionar afecto y seguridad durante el desarrollo pueden desencadenar el inicio y mantenimiento de estas conductas (Sutton, Simons, Wickrama et al. 2014). 

Lo que sí parece más claro son una serie de características comunes que presentan las personas que cometen actos violentos de una manera crónica en edades tempranas; entre ellos: bajo nivel de tolerancia frente a la frustración, déficit de aprendizaje de las reglas sociales, problemas de atención, limitada capacidad de empatía y escasa inteligencia. Pero lo que resulta más llamativo en ellos es su comportamiento extraordinariamente impulsivo. En particular, los delincuentes reincidentes, con largos historiales penitenciarios, tienen problemas para reprimir sus impulsos (Barratt, Stanford, Dowdy et al. 1999). Algunas investigaciones realizadas con personas violentas reincidentes, cuya agresividad continuaba dentro de los muros a pesar que ello les acarreaba un endurecimiento de sus penas, mostraron una fisiología cerebral particular que podría predisponer a las conductas violentas. En concreto se apreciaron alteraciones anómalas en la corteza prefrontal y en el sistema límbico (LeutgebWabneggerLeitner et al. 2016). Sobre estos descubrimientos se fundamenta la “hipótesis del cerebro frontal”, según la cual las raíces psicobiológicas del comportamiento antisocial residirían en un defecto del circuito de regulación entre la corteza prefrontal y el sistema límbico (Del Casale, KotzalidisRapinesi et al. 2015). La corteza prefrontal en condiciones normales inhibe los impulsos agresivos que provienen del sistema límbico, haciéndonos conscientes también de las posibles consecuencias derivadas de estos actos. Al verse reducida la influencia de la corteza prefrontal podría permitir que afloren los actos violentos.

¿Significa esto qué ciertas personas están predestinadas a ser violentas? ¿Se puede hacer algo para prevenir esas conductas en la edad adulta? Los programas que desde una edad temprana se orientan a educar hacia la empatía, el control de los impulsos, y la gestión de emociones dolorosas como el enfado y la ira, para fomentar la integración pacífica y la compasión, están obteniendo resultados muy prometedores. Aunque es en la adolescencia y la edad adulta cuando se manifiestan los comportamientos violentos, el origen anida en la infancia. En psicología se contempla la agresividad de las etapas adultas a déficits tempranos socioemocionales. Los programas sin violencia pretenden prevenir enseñando a los niños a resolver situaciones delicadas (Henao, 2005).

BIBLIOGRAFÍA  

Barratt E, Stanford M, Dowdy L, Liebman M y Kent T. Impulsive and premeditated aggression: a factor analysis of self-reported acts. Psychiatry Research 1999; 86:163-173.

Del Casale AKotzalidis GRapinesi CDi Pietro SAlessi MDi Cesare GCriscuolo SDe Rossi PTatarelli RGirardi PFerracuti S. Functional Neuroimaging in Psychopathy. Neuropsychobiology 2015; 72:97-117.

Henao J. La prevención temprana de la violencia: una revisión de programas y modalidades de intervención. Univ. Psychol. Bogotá 2005; 4:161-177.

Leutgeb VWabnegger ALeitner MZussner TScharmüller WKlug DSchienle A. Altered cerebellar-amygdala connectivity in violent offenders: A resting-state fMRI study. Neurosci Lett 2016; 610:160-4. 

Sutton T, Simons L, Wickrama K y Futris T. The intergenerational transmission of violence: examining the mediating roles of insecure attachment and destructive disagreement beliefs. Violence Vict 2014; 29:670-87.